¿Adonde emigro
la pasión
que aferrada a tus senos
como un niño a su almohada
cual campo de batalla
encendía la pradera
de soles anónimos
en este lecho?
Allá,
allá en el puerto
junto al frío desierto;
nublado y perpetuo;
la dama escarlata
auguraba lo obscuro,
fuego de unos pocos alquimistas;
tras aventurarse
por empinadas planicies.
Hasta un pueblo fantasma
y derrotado...
Pero tus pechos...
a esta sarta de inquietud
jamás se rinden prisioneros.
Permanecen calmos
en una delgada celda;
alimentan de lumbre
al mártir rastrero...
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